martes, 27 de enero de 2015

Rafa, Nerea, Silvia y los demás

La comida, además de escasa, había sido terriblemente aburrida. Tras un inicio reuidoso y lleno de abrazos como es de suponer en un encuentro anual de excompañeros de colegio, la conversación, desde la normal puesta al día de las vidas de unos a los otros y sin haber sido muy profunda y mucho menos haber terminado ni haber respetado el turno de algunos, que apenas si pudieron intervenir, y sin ni siquiera haber pasado de puntillas por los normales chismes sobre los camaradas ausentes o por los recuerdos de los tiempos pasados, había derivado o mejor dicho había sido secuestrada por las dos enfermeras de la reunión y se había convertido en una sucesión de anécdotas soporíferas de su vida diaria en la sanidad pública. No faltaron por supuesto los casos en los que resultó que sabían más que los médicos mismos. La mesa era redonda, lo suficientemente pequeña para no poder escapar de la charla y lo suficientemente grande para no poder empezar una nueva con alguien que no estuviera justo al lado. El orden de llegada había dictado el sitio en la mesa y Rafa había llegado con las sanitarias, así que las tenía justo a su izquierda, mientras que a su derecha se sentaron Miriam y su novio, un oriental de Singapur que no sabía una palabra de español. Ni "cerveza". La cara de todos era de circunstancias, sonrisas forzadas, qué alegría de veros y qué bien que nos lo estamos pasando oyendo estas historias hospitalarias. Rafa intentó desbloquear la situación un par de veces interrumpiendo con gracietas, como solía hacer cuando estaban en clase hace veinte años, pero en lugar de un profesor comprensivo y resignado a las tonterías de los adolescentes se encontró con dos enfermeras que lo miraron con desaprobación porque un paciente quejica las había despertado en mitad de la noche para nada, y le contestaron airadas, duérmase usted de una vez o mejor muérase. Le quedó el consuelo de las risas desde los otros pupitres. Entonces desistió y decidió que al menos intentaría salirse del círculo y arrastrar a Miriam con él, pero no estaba tan simpática como solía, quizá su recién estrenado embarazo la había cambiado, quizá le dolían los riñones y estaba incómoda en esa maldita silla o tenía frío sentada en una terraza en pleno Diciembre o quizá era la edad o el tiempo transcurrido o todo a la vez. Ya no me importais nada, sólo me importan el de Singapur y el pequeño ser que llevo conmigo, que os den. Con el novio había que hablar en inglés, un gran fastidio para Rafa, después de toda la semana haciéndolo en el trabajo ahora también en un día libre y con un tío del quinto pino al que no había visto en su vida. Sintió una terrible pereza al intercambiar las primeras frases, notó que no iba a ser divertido, que no tenían nada en común, sintió que el otro contestaba por educación, que había venido a acompañar a su mujer embarazada y sólo esperaba que esto acabara cuanto antes, como todos, pero con la ventaja de no entender nada de lo que las dos cotorras estaban contando. Rafa lo envidió, echó la espalda hacia atrás y dejó de hablarle. Miró al frente y vio a Nerea. Acompañada de su novio, ya había visto lo que quería, el novio parecía buen tipo y ella seguía guapa aunque la edad se dejaba notar bastante. En la última reunión en la que habían coincidido, hacía cinco años, habían hablado largo y tendido. Atrás quedaba un amor platónico mutuamente confesado y que nunca fue a más que a unos besos en un portal. En realidad, pensó, sólo le importaba Silvia. Había sido su mejor amiga y no la veía desde hacía más de diez años, realmente había venido a verla a ella y a interesarse de cómo le iba, qué hacía y con quién estaba. A su rostro, como al de todas, habían asomado unas pequeñas arrugas debajo de los ojos y la boca y se dejaba adivinar una futura papada, para cuando envejeciera, pero aún conservaba toda la dulzura de cuando eran niños. Linda. Cuando el camarero trajo la vuelta interrumpiendo una punción lumbar o una sutura a vida o muerte, da igual, todos se levantaron, nadie sugirió tomar siquiera un café y algunos se despidieron con prisa. Rafa esperó a que Silvia pasara por su lado y se volvieron a abrazar como un rato antes cuando se habían reencontrado tras tantos años, y volvieron a decirse qué alegría de verte, de verdad, qué alegría me has dado, en realidad he venido por tí, estoy resfriada pero tenía muchas ganas de verte, yo también estoy resfriado y no me he decidido a venir hasta que he visto tu confirmación en el móvil. Empezaron a andar, agarrados, ¿así que estás casada y tienes una pequeña hija de un año?, un año y medio, y tú marido, ¿a qué se dedica?, informático, ¿friki?, bueno, un poco, ya sabes que yo siempre he sido también un poquillo frikilla..., sí, cuánto tiempo, ¿te acuerdas de cuando nos conocimos, con doce años...y yo me enamoré completamente de ti?, aunque esto último no lo dijo en voz alta, sólo lo pensó, no quería que hubiera ningún malentendido entre ellos, estaba muy contento de volver a verla pero no en ese sentido sino en el de una amistad verdadera, al acabar la adolescencia había aprendido a considerarla como a una hermana, casi. A esto ayudó el hecho de haber tenido una relación con su mejor amiga, una relación muy corta en el tiempo pero que paradójicamente y probablemente debido a la juventud lo había marcado mucho y había contribuido definitivamente a cincelar su forma de pensar sobre las mujeres y el amor. Más que ninguna otra. A ti te va muy bien, ¿no?, bueno..., estás muy bien, dijo alejándose un poco y mirándolo de arriba a abajo, tú estás igual, mintió él, pero no estaba mintiendo, la estaba mirando a la cara y estaba viendo a aquella chica con la que había compartido tantas risas, con la que había soñado tantas veces, estás igual, tu carita de niña, tu pelito rubio, tus ojos grandes...ella abrió mucho los ojos y el notó cómo se turbaba, también él se sintió un poco incómodo, no, no quería ir por ahí, no quería que pareciese lo que no era, realmente la veía como a una hermana, no había por qué dar una sensación equivocada sólo porque no supiera elegir las palabras adecuadas para reflejar su alegría por el reencuentro y el afecto sincero que aún sentía por ella. Siguieron agarrados andando en silencio detrás de los que quedaban, una de las enfermeras, Nerea y su novio, hasta llegar al parque, donde volvieron a pararse para despedirse definitivamente. La de Nerea fue una despedida rápida, ya nos veremos, encantado de haberte conocido, igualmente, que os vaya bien. La enfermera se quedó un poco más, pero Rafa ya no la escuchaba, su único pensamiento era desear que el camino que tomara Silvia fuera el mismo que el suyo. Y así fue. Nada más despedirse de la enfermera y darse la vuelta le confesó sin mirar atrás y sin importarle si la otra aún podía oírlos, estaba deseando de que se fuera, qué tostón nos han dado, vaya tela con las dos, qué pesadas, bueno, ya sabes como son las sanitarias..., sí, sí, pero sólo se ha hablado de lo que ellas han querido y yo quería saber cómo os iba, cómo estábais... ¡que llevo muchos años sin veros!, qué alegría más grande, de verdad, Rafita, he venido por tí, estaba mala... ya, ya, si yo también... En los pocos minutos que los separaban del parking donde Silvia tenía el coche se contaron cuanto pudieron, se dieron la impresión mutua de que eran felices en sus respectivas vidas y de que sinceramente les gustaría verse más a menudo, ¡nada de esperar otros diez años! Ella se ofreció a llevarlo a casa en el coche, pero él rechazó el ofrecimiento, tampoco había querido preguntarle si quería tomar un café para seguir hablando, una madre es una madre y seguro que está deseando de volver a casa con su marido y su hija, no está bien que un amigo pero al fin y al cabo un hombre la esté invitando por ahí, pensó. Volvieron a abrazarse y a repetirse lo contentos que estaban por haberse reunido de nuevo y sin más se alejaron el uno del otro, ella aligerando el paso, él cabizbajo. Silvia voló hasta el aparcamiento, sus pies no tocaban el suelo de puro alegre, cuando se sentó en el asiento del conductor no sabía si había bajado las escaleras de dos en dos o de un salto, suspiró, pensó en su hija, la echaba de menos, sonrió, abrió el bolso y cogió el móvil. Rafa anduvo calle abajo con las manos en los bolsillos y encogido en el abrigo, despacio, con una mezcla de frustración y satisfacción. No sabía si volvería a la reunión del año que viene, ya veremos, se dijo. El barrio había cambiado mucho, no reconocía los comercios abiertos ni los colores de las fachadas, no le sonaban las caras de la gente. Cuando enfilaba su calle sacó el teléfono para ver qué hora era, había un mensaje, qué alegría me has dado, no podemos volver a perder el contacto, besos, carita. Abrió la puerta y la agradable sensación casi olvidada de pasar del frío extremo al calor del hogar le recordó cuántos inviernos había pasado allí y cuantos había dejado de pasar, aún había mucho en común entre el niño que salió por esa misma puerta y el hombre que acababa de entrar.